¿Cómo son los Chinos actualmente?
Forma de Estado: República Socialista
Religión: no religiosos, 50,1%; confucianismo, 20,4%; budismo, 8%; taoísmo, 2%; islamismo, 1,5%
Características a resaltar: Tradición, patriotismo, simbolismo, ahorro, dedicación
China es el país más poblado del mundo y uno de los más extensos. Debido al gran crecimiento económico de las últimas décadas, a su poderío militar y a su influencia geoestratégica y política; es una de las probables potencias de este siglo.
El creciente interés por China nos obliga inexorablemente a preguntarnos cómo son los chinos. Intentar resolver esta pregunta nos lleva a sumergirnos en raíces muy lejanas, pero también en el mundo más próximo, el epidérmico de ellos; y a saber de antemano que no encontraremos sino vislumbres.
La cultura China muestra con orgullo nacional el hecho de que nunca una potencia pudo doblegarlos, ninguna potencia pudo siquiera esclavizarlos y han mantenido su identidad durante más de 3 mil años. Muchos analistas después de viajar por China y conocer procesos, parajes o acontecimientos tan incógnitos en Occidente como el Tíbet, o haber navegado el río de La Perla, o tenido contacto con las etnias minoritarias o recorrido el gran trayecto de la Ruta de la seda desde las montañas del Karakorum hasta la antigua capital imperial de Xi’an, casi siempre manifiestan sorpresa tras observar la sencillez, laboriosidad y hospitalidad de ese pueblo que vive en medio de tantas necesidades.
Mirar a los chinos en su cotidianidad lleva a valorar y reconocer la importancia de esta civilización. Reflexionar sobre el papel que juega en el mundo actual; pero lo más importante, a reconocer su sabiduría; admirar esa sapiencia vital que impregna el modo de vida de cada chino y que se transmite con la simple observación, advertir que el contacto con ellos es una vivencia reveladora, una experiencia que transforma. En la China actual todo cambia y evoluciona tan rápidamente que ni sus propios funcionarios pueden dar crédito a todo lo que escuchan, ni a mucho de lo que ven.
Los chinos están construyendo como si no hubiera un mañana. El ritmo de trabajo es tan frenético que los obreros de la construcción duermen en su lugar de trabajo, y los departamentos se ocupan antes de que los edificios estén totalmente terminados.
La gente en las calles de las grandes ciudades chinas parecen mejor vestidas que en Nueva York o en Londres. Los chinos han cambiado el traje Mao por el Armani pirateado, o alguna de sus versiones locales.
La sabiduría, muy fundamentada en el taoísmo como gran expresión del pensamiento chino, hace más énfasis en la transformación que en la especulación, como sucede con la filosofía tradicional. Es un pensamiento coetáneo del hombre y para el hombre, que prescinde de las contradicciones irreconciliables para ofrecer una armonía de voluntades como principio visualizador del universo, pues en el Yin y el Yang priman los principios polares complementarios. Más que las contradicciones, los chinos no oponen el sujeto al objeto, ni la materia al espíritu, ni lo sagrado a lo profano: los unen. Solamente el desequilibrio entre ellos determina la falta de armonía, como una jerarquía de las partes y el todo que no proviene de leyes dictadas por un creador supremo (cosmología cristiana), ni del choque físico de las bolas de billar en el que el impacto de una es la causa de la impulsión de las otras (física de Newton), sino de una armonía ordenada de voluntades, sin ordenador. Como los movimientos espontáneos, pero organizados rítmicamente, de los bailarines de una danza.
La sabiduría, muy fundamentada en el taoísmo como gran expresión del pensamiento chino, hace más énfasis en la transformación que en la especulación, como sucede con la filosofía tradicional. Es un pensamiento coetáneo del hombre y para el hombre, que prescinde de las contradicciones irreconciliables para ofrecer una armonía de voluntades como principio visualizador del universo, pues en el Yin y el Yang priman los principios polares complementarios. Más que las contradicciones, los chinos no oponen el sujeto al objeto, ni la materia al espíritu, ni lo sagrado a lo profano: los unen. Solamente el desequilibrio entre ellos determina la falta de armonía, como una jerarquía de las partes y el todo que no proviene de leyes dictadas por un creador supremo (cosmología cristiana), ni del choque físico de las bolas de billar en el que el impacto de una es la causa de la impulsión de las otras (física de Newton), sino de una armonía ordenada de voluntades, sin ordenador. Como los movimientos espontáneos, pero organizados rítmicamente, de los bailarines de una danza.
Es un pueblo que elevo a la categoría de principio cosmológico universal el Li (orden), no solo en la sociedad humana sino también en su conjunción con la naturaleza. En una convivencia de cortesía mutua sin jerarquías excluyentes, donde en vez de competencia de poderes y procesos inanimados; se obtienen soluciones por compromisos y se evita el uso de la fuerza. Pero los taoístas supieron complementar la visión del Li, desarrollando la concepción del Qi (vibraciones, hálitos), que es una filosofía tendiente a poner al individuo en contacto con los ritmos de la naturaleza. Su objetivo es enseñar al hombre a integrarse en ella, a comportarse como ella, a compenetrarse de tal modo que llegue a experimentar en el propio cuerpo los ritmos vitales de la naturaleza. Jamás los chinos considerarían al hombre aislado de la sociedad, pero tampoco aislarían jamás a la sociedad de la naturaleza. La preocupación por el orden social los ha inquietado mucho más que los problemas metafísicos trascendentales, ya que es un pueblo con fuertes tendencias materialistas y utilitaristas, a pesar de sus muchos símbolos y supersticiones.
Por eso esta sociedad ha logrado que hasta el más remoto nómada de las montañas de Tai Shan o del Pamir, o el habitante de un hutong urbano, o el chino de ultramar de tercera generación tenga, exprese y viva una sabiduría compartida; casi cutánea que lo hace partícipe de un transcurso histórico común, de un momento existencial vital, de una forma de vida poco usual en la humanidad. Comparten una sabiduría de vida que a pesar de las privaciones y las enormes catástrofes de todo tipo que han tenido que soportar; son uno de los pueblos más curtidos, laboriosos, creativos y experimentados del mundo.
¿La Otra cara de la moneda?
Las provincias interiores tienen una economía básicamente rural y una población menor que las provincias costeras; y cuyo nivel de vida es muy bajo. La renta es en algunos casos hasta 10 o 15 veces inferior a la de las otras provincias.
Otro de los factores en contra es el machismo: los hombres chinos no pueden soportar que su mujer sea superior a ellos. La presión social en la que viven las nuevas generaciones es insoportable: deben contraer matrimonio, tener una casa y procrear un hijo.
La situación de las dagongmei (hermanas trabajadoras)-las decenas de millones de jóvenes mujeres que han migrado a las ciudades para trabajar en empresas capitalistas, en su mayoría de propiedad extranjera- muestra las contradicciones del socialismo con particular agudeza. Hoy en día, la abrumadora mayoría de mujeres chinas continúan atrapadas en la institución de la familia, en donde las trabajadoras están sujetas a la “doble jornada”: el trabajo doméstico después de su jornada laboral. La sobreexplotación laboral de los trabajadores continúa siendo una violación a los derechos humanos.
Este pueblo tiene en el culto a los antepasados una de sus manifestaciones más antiguas que se ha ido convirtiendo en una muestra de fe popular. Su objetivo es tener suerte, vivir en paz y tener riqueza; de ahí que propendan por una relación armónica con sus ancestros y eviten incomodarlos, pues el antepasado pertenece todavía a la familia y está integrado a la vida de ésta.
Según los chinos, los muertos tienen dos almas. Una es Po, se forma con la concepción y provee al cuerpo de fuerza vital. Tras la muerte vive en la sepultura y se alimenta de los sacrificios y ofrendas de su familia. Con la desintegración del cuerpo, Po se va consumiendo recíprocamente y agotando su existencia en el inframundo; en el Manantial Amarillo. Pero si las ofrendas desaparecen, regresará a la tierra en forma de espíritu maléfico y sólo causará desgracias.
La otra, Hun; es el alma superior que mana con el nacimiento y con la muerte ascenderá al palacio del Señor de las Alturas y vivirá allí generosamente, pero al igual que Po, si desaparecen las dádivas se transformará en un espíritu malévolo. Los deudos deben dejar copia de sus artículos de lujo en el sepulcro acompañados de dinero. Es corriente ver en china ricas sepulturas en medio del campo o percibir la gran inversión de una familia pobre en el entierro de su deudo.
El altar doméstico es casi una institución especialmente en el sur de China, y consiste en que en el espacio principal de la casa se colocan manjares para los antepasados y ofrendas de sacrificios. La elección de las divinidades es una tradición familiar o preferencia personal y sus imágenes en papel se ubican en el altar doméstico. Uno de los más populares es el dios de la cocina que se constituye en dios de la casa y a quien se remite todo lo que ocurre en el seno de la familia. En ocasiones precisas se brinda ofrendas especiales, pero al final del año se quema su imagen para que se dirija al Señor de los Cielos y de cuenta de aquella familia. Tras una jornada de limpieza doméstica, se coloca nuevamente su imagen en el altar y regresa el dios de la cocina.
El feng shui es otra atractiva pieza de la mentalidad china y consideran que no pertenece al mundo de las supersticiones, sino a su cosmovisión. “Viento y agua” es el significado literal de feng shui y se entiende como el arte de buscar la mejor situación para los sucesos, las casas o personas; en las que puedan verse beneficiadas por las mejores energías de su entorno. Es un conjunto de leyes espirituales o geomancia utilizadas para favorecer la buena suerte y prevenir la mala fortuna. El diseño de las ciudades y palacios y la configuración del paisaje se fundamentaban en el feng shui para su proyección y realización.
Hoy en día está más asociado al evento de la suerte, pero sigue levantando polémica un edificio que se levante y no respete sus normas; ya que sus vecinos se consideran perjudicados, de la misma manera que una casa con mal feng shui no podrá ser fácilmente arrendada o vendida.
La arquitectura tradicional refleja el concepto de orden y autoridad. El Palacio Imperial o “Ciudad Prohibida” en Beijing es el mejor ejemplo del pensamiento ancestral. Los grandes salones sobre terrazas de mármol reflejan los mensajes simbólicos y cosmológicos de los textos antiguos: “Los cielos cubren y la tierra carga”, las terrazas son la tierra y el tejado, el cielo.
Las creencias tradicionales también están representadas en la arquitectura. El muro de los espíritus se situaba detrás de las entradas de palacios y viviendas para impedir la entrada de los espíritus diabólicos, pues se consideraba que eran incapaces de doblar las esquinas. El espléndido Muro de los Nueve Dragones en La Ciudad Prohibida, cumple esta función.
El horóscopo sigue suscitando una admiración y seguimiento por parte de los chinos del siglo XXI, pues el signo animal al que se pertenece “se graba a fuego en el corazón durante el nacimiento”. Son doce los animales que forman el complejo arte de la astrología china y las características y ciclo del animal influyen en los acontecimientos mundanos; así como en la personalidad y destino de todo ser vivo que esté bajo su dominio.
Los números también comparten una atención privilegiada en el discurrir de los chinos y son deseables aquellos números considerados de “suerte”, porque su pronunciación coincide con un carácter que signifique algo propicio o venturoso. Es así como el número 3 representa la vida o fecundidad, el 6: larga vida, el 8: prosperidad y el 9: perpetuidad. Pero será la combinación de números la que establece prioridades: el 8222 asegura que alcanzar la prosperidad está en la inmediatez y el 163 representa vivir para siempre. Los números de las placas de un carro se han convertido en una de las pujas más esperadas por los dueños, desde que el Departamento de Transportes de Hong Kong decidió hacer subastas públicas por los números susceptibles de ser considerados de suerte y prestigio. En 1988 un hombre de negocios pagó más de 600.000 dólares por la matrícula de sus autos, ya que la pronunciación del número anunciaba “prosperidad”.
El año nuevo lunar es la más importante celebración china pues saca a los chinos de cotidianidad laboral y prácticamente detiene el país. Se celebra en familia y colectivamente, de los dinteles de puertas y ventanas cuelgan los caracteres chinos de felicidad y prosperidad y los niños esperan con ansiedad unos pequeños sobres de color rojo que contienen unos billetes de regalo, llamados hongbao. La gran celebración se realiza con desfiles, danzas de dragones y pólvora en los parques y templos.
Otra gran pasión de los chinos es el juego, que lo realizan fuera de casa, en las calles de los barrios; se inclinan por las damas chinas, el majiang (mah-hong) o las tres rayas y es la actividad preferida de los viejos.
Las creencias chinas son tan diversas como sus cincuenta y cinco etnias o sus diversos territorios. El pensamiento chino refleja una profundidad y amplitud histórica imposible de encontrar en ninguna otra parte del mundo. El pensamiento profundo y la “superstición” superficial no son tan contradictorias como lo consideraría el pensamiento occidental, sino de una complementariedad necesaria. Tampoco hay diferencias entre cultos e ignorantes a la hora de intentar clasificar a quienes lo practican. Son simplemente chinos y todos, en mayor o menor profundidad; hacen parte y pensamiento de este legado milenario: son la misma moneda.
Es pertinente el comentario que hizo el filósofo francés Jean Paul Sartre, después de su único viaje a China en la década de los años sesenta: “sólo hace falta llegar allí y vivir un tiempo para uno ya no ser uno mismo”.
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